Marcovia, Choluteca, no es solo playa y sol. Ahí, entre manglares y calor intenso, hay historias que no llegan a la televisión ni a los discursos políticos.
En Tomazón Wipo y Carretales, dos comunidades remotas frente a las costas del pueblo de Guapinol, la vida se reduce a una lucha diaria por no sucumbir al abandono.
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A estas comunidades no se llega por carretera. Se llega en lancha. No hay luz, ni agua potable, ni centros de salud. Tampoco hay escuelas. Solo el mar, los manglares y una pobreza que cala hasta los huesos.
“Cuando vamos a pescar y no traemos nada, ¿qué vamos a comer? No hay nada”, nos dice Rufino Peralta, desde Tomazón Wipo. Esa frase lo resume todo.
Dormir con hambre se volvió costumbre
Rafael Hernández, desde Carretales, habla con la voz entrecortada: “A veces uno se acostumbra a vivir en la pobreza, pero no crea usted... cuando no conseguimos nada, amanecemos con hambre”.
Sus casas están hechas de lo que se pueda: bambú, láminas viejas, madera rústica. Cuando hay marejadas, lo poco que tienen es destruido. “Caminamos con el agua dentro del ranchito. Las ropas mojadas, todo”, lamenta una vecina.
Un grito ahogado en el silencio institucional
Las necesidades son muchas, pero las ayudas son nulas. Lo que piden es básico: luz, letrinas, agua.
“No porque vivimos aislados quiere decir que no existimos. Cuando hay política sí existimos, pero después ya no”, reclama Lidia García, desde Tomazón Huipo.
A eso se suma el drama climático: el mar ha ido comiéndose poco a poco las islas. “Ya no hallamos cómo salir. Cuando vienen las marejadas es bárbaro”, relatan con miedo.
Un país que vive de promesas rotas
Según cifras oficiales, en Honduras hay más de 6.7 millones de personas en condición de pobreza, de las cuales 4 millones viven en pobreza extrema. Nuestro país solo es superado por Haití en América Latina en estos indicadores. No es solo falta de ingresos: es falta de todo.
“No tenemos dónde morir dignamente”, dijo un poblador. Y tiene razón. La pobreza no es un número. Es no saber qué darle de comer a tus hijos. Es vivir en ranchos que se deshacen con la lluvia. Es ver pasar los años sin que nada cambie.
¿Y los políticos?
¿Qué hacen los políticos ante esta tragedia humana? Prometen. Visitan. Se sacan fotos. Luego desaparecen. “Que cumplan lo que prometen, porque aquí han venido muchas veces, pero nada”, nos dicen desde las islas.
Honduras necesita más que promesas. Necesita políticas públicas sostenibles, integrales y basadas en evidencia. Que lleguen a estos sitios “invisibles”, donde el comercio no es rentable, pero la dignidad es urgente.
Que no se nos olvide: ellos también son Honduras
Hoy, más que nunca, urge que el Estado, la empresa privada y la sociedad civil trabajen juntos para revertir este abandono. Porque la pobreza no es solo falta de dinero, es falta de humanidad.
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